BUENOS AIRES – Hay lugares en el mundo que parecen ser las afueras del Paraíso.
Una de ellas es sin duda la Cordillera de los Andes, donde no hay rastro de civilización, sino simplemente de la naturaleza en su estado más puro. Los Andes son la cordillera más larga del mundo (7200 kilómetros desde Venezuela hasta Tierra del Fuego) con picos que alcanzan casi los siete mil metros sobre el nivel del mar. Las montañas, valles y mesetas crean paisajes espectaculares y variados.
Un recorrido de 180 kilómetros en nueve días Doce argentinos, un mexicano, un alemán con sus dos hijos y un italiano que voló desde los Apeninos a Sudamérica para cumplir un sueño: visitar la sorprendente e increíble zona de esa parte de la Cordillera de los Andes.

La «Cabalgata de los Andes» es el nombre de esta experiencia que organizaron los hermanos Diego y Ramón Ossa a raíz de la cabalgata realizada en enero de 1817 por el padre de la patria Don José de San Martín, un verdadero mito de la independencia argentina, quien con cuatro mil hombres se enfrentó a la impermeabilizada Cordillera y luego pasó a liberar Chile y más tarde Perú.

Este general puede ser comparado tanto con Aureliano Buendía, el personaje de Cien años de soledad del escritor colombiano Gabriel García Márquez, como con nuestro Giuseppe Garibaldi que con mil casacas rojas salió de Génova en 1860 hacia Marsala para liberar Sicilia del gobierno borbónico. Don José de San Martín, con sus hombres, alcanzó una altura de 4500 metros para una hazaña que aún hoy se estudia en las escuelas militares de todo el mundo.

Me vienen a la mente las palabras de Corto Maltés, el personaje creado por el lápiz de Hugo Pratt, según el cual «las distancias existen para ser recorridas, está claro; si no hay distancia no hay deseo, si no hay deseo no hay aventura, si no hay aventura no hay nada por lo que valga la pena vivir».
Este es el espíritu que ha impulsado a nuestro «pequeñísimo ejército sanmartiniano», una especie de brigada internacional, a seguir los pasos del general argentino. Cabalgar por los mismos caminos cruzados en el siglo XIX da una emoción increíble. Saber que el tiempo no ha pasado, que la naturaleza siempre ha sido la misma durante milenios.

Darse cuenta del esfuerzo realizado por estos hombres en nombre de la libertad en un entorno que ciertamente no es favorable sino más bien hostil da una carga que te permite superar las inevitables dificultades. No es casualidad que Ramón Ossa cuando tocó los 4300 metros se cuidara de subrayar: «Cuando te encuentras con dificultades en tu vida, cierra los ojos y piensa que si has hecho el viaje de los Andes a caballo, llegando incluso a los 4500 metros, eres capaz de superar todos los problemas».
Al fin y al cabo, esto es lo que es la Cordillera de los Andes: estás constantemente abrazado por paisajes salvajes de una belleza abrumadora que te dan una energía que, en cierto modo, es desconocida.
Los baqueanos han sido nuestros inagotables compañeros de viaje.

Término típicamente argentino para designar a aquellas personas que están familiarizadas con los caminos, los atajos de un territorio. Son capaces de predecir si el tiempo cambia repentinamente de despejado a la lluvia o la nieve. Son particularmente hábiles y experimentados con caballos y mulas, también maravillosos compañeros de viaje; un silbato es suficiente y los animales responden a la orden.
Aquí se encuentra el Aconcagua, que con sus 6962 metros es la montaña más alta del continente americano junto a la majestuosidad de su glaciar. Arriba, con un cielo azul turquesa, los cóndores con sus espectaculares envergaduras de más de tres metros, como centinelas en vuelo, parecen mostrarte el camino agotador.

A gran altura, cada cincuenta o cien metros hay que detenerse para dejar respirar a los caballos que suben jadeando por un sendero de apenas unos centímetros con un muro a la derecha y a la izquierda un abismo. El espectáculo es decididamente sorprendente: un silencio absoluto jaspeado solo por el sonido del viento.
Y luego valles profundos, formaciones rocosas e incluso caminos sinuosos al borde de arroyos, incluso para vadear, donde se puede abastecerse de agua para beber, esencial para superar los inevitables problemas causados por las alturas. La posibilidad de ver a lo lejos el guanaco, parecido a una llama o el huemul, el ciervo más austral del planeta.

La Cordillera de los Andes es el reino de las formas y los colores y las montañas, los valles lucen los más bellos tonos desde el morado, el verde, hasta el ocre o el rojo escarlata. Hay paredes impresionantes que parecen los cretti (rajas) de Alberto Burri con combinaciones de colores nunca antes vistas. «La Cordillera de los Andes y su naturaleza – dice Diego Ossa con seguridad – tienen algo milagroso: te hacen sonreír y te hacen la vida más fácil al vivir con poco pero aún así, bien».
Se dice que la única regla del viaje es no volver como te fuiste: vuelve diferente. El objetivo se ha logrado.
Diego Aristei
Fuente: https://corrieredellumbria.it/
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VERSIÓN ORIGINAL: ITALIANO
Viaggio nella catena montuosa più lunga del mondo, dove? Benvenuti nella Cordigliera delle Ande
Copre 7200 chilometri dal Venezuela fino alla Terra del fuoco, con vette che arrivano quasi a settemila metri di altitudine.
Ci sono posti al mondo che sembrano la periferia del Paradiso. Uno di questi è senza dubbio la Cordigliera delle Ande dove non c’è alcuna traccia di civiltà ma semplicemente la natura allo stato puro. Le Ande sono la catena montuosa più lunga del mondo (7200 chilometri dal Venezuela fino alla Terra del Fuoco) con vette che arrivano quasi a settemila metri di altitudine. Le montagne, le valli e gli altipiani creano scenari spettacolari e variegati.
Una cavalcata di 180 chilometri in nove giorni Dodici argentini, un messicano, una tedesca con i loro due bambini e un italiano che dagli Appennini è volato verso il Sud America per coronare un sogno: visitare la sorprendente e incredibile zona della Cordigliera.
Si chiama Cavalcata delle Ande questa esperienza che i fratelli Diego e Ramon Ossa organizzano seguendo il cammino a cavallo realizzato nel gennaio del 1817 dal padre della patria don Jose de San Martin, vero e proprio mito dell’indipendenza argentina, che con quattromila uomini ha affrontato l’impervia Cordigliera per poi andare a liberare il Cile e successivamente il Perù. Questo generale può essere paragonato sia a Aureliano Buendia, il personaggio di Cent’Anni di Solitudine dello scrittore colombiano Gabriel Garcia Marquez, che al nostro Giuseppe Garibaldi che con le mille giubbe rosse è partito nel 1860 da Genova alla volta di Marsala per liberare dal governo borbonico la Sicilia. Don Jose de San Martin, con i suoi uomini è arrivato fino a 4500 metri di altezza per una impresa che ancora oggi viene studiata nelle scuole militari di tutto il mondo.
Vengono in mente le parole di Corto Maltese il personaggio creato dalla matita di Hugo Pratt secondo il quale “le distanze esistono per essere percorse, è chiaro; se non c’è distanza non c’è desiderio, se non c’è desiderio non c’è avventura, se non c’è avventura non c’è un bel niente per cui valga la pena di vivere”.
È questo lo spirito che ha spinto oggi il “piccolissimo esercito sanmartiniano”, una sorta di brigata internazionale, a seguire le orme del generale argentino. Cavalcare sugli stessi sentieri attraversati nell’Ottocento dà una emozione incredibile. Sapere che il tempo non è passato che la natura è sempre la stessa da millenni. Rendersi conto dello sforzo compiuto da questi uomini in nome della libertà in un ambiente certamente non favorevole ma anzi ostile dà una carica che permette di superare le inevitabili difficoltà. Non è un caso che Ramon Ossa quando si è toccati 4300 metri ha tenuto bene a sottolineare: “Quando incontrerete delle difficoltà nella vostra vita, chiudete gli occhi e pensate che se avete fatto a cavallo il cammino delle Ande, raggiungendo anche 4500 metri, siete in grado di superare tutti i problemi”.
Del resto la Cordigliera delle Ande è questa: si è costantemente abbracciati da paesaggi selvaggi di una bellezza sconvolgente che danno una energia per certi versi sconosciuta.
I baqueano sono stati gli inesauribili compagni di viaggio. Un temine tipicamente argentino per indicare quelle persone che hanno familiarità con i sentieri, le scorciatoie di un territorio. Sono in grado di prevedere se il tempo da sereno all’improvviso cambia e arriva pioggia o neve. Sono particolarmente abili ed esperti con i cavalli e i muli anche loro meravigliosi compagni di viaggio; basta un fischio e gli animali rispondono al comando.
Ecco l’Aconcagua, che con i suoi 6962 metri è la montagna più alta del continente americano e la maestosità del suo ghiacciaio. Sopra, con un cielo blu e turchese, i condor con le spettacolari aperture alari di oltre tre metri, come sentinelle in volo, sembrano indicarti il faticoso cammino. Ad alta quota ogni cinquanta, cento metri bisogna fermarsi per far respirare i cavalli che ansimano lungo un sentiero di appena pochi centimetri con alla destra una parete e sotto l’abisso. Lo spettacolo è decisamente sorprendente: il silenzio più assoluto condito solo dal suono del vento. E poi profondi valloni, formazioni rocciose e ancora sentieri tortuosi ai bordi di torrenti, anche da guadare, dove poter fare rifornimenti di acqua per bere, fondamentale per superare gli inevitabili problemi causati dall’altura. La possibilità di vedere in lontananza il guanaco, simile a un lama o le huemul, il cervo che vive più a sud del pianeta.
La Cordigliera delle Ande è il regno delle forme e dei colori e i monti, le valli sfoggiano i toni più belli dal viola, al verde, fino all’ocra o il rosso scarlatto. Ci sono impressionanti pareti che sembrano i cretti di Alberto Burri con accostamenti di colori mai visti. “La Cordigliera delle Ande e la sua natura – afferma sicuro Diego Ossa – hanno qualcosa di miracoloso: ti fanno sorridere e rendere l’esistenza più semplice vivendo con poco ma comunque bene”.
Si dice che l’unica regola del viaggio è non tornare come sei partito: torna diverso. Missione compiuta.